miércoles, 27 de febrero de 2013

Dos derrotas para un acta de defunción

Los administradores precoces de extremaunciones se regodean en estos días con las dos derrotas del Barcelona frente al A.C. Milan en el Meazza por la Champions y de local frente al Real Madrid de Mourinho por las semifinales de la Copa del Rey. Son los mismos que en el nivel local usan letras de molde para pronosticar el fracaso de Bianchi por dos derrotas. Los mismos.
Naturalmente que la "línea argumental" transita carriles diferentes. Al Barcelona se le achacan falta de variantes, previsibilidad, inocencia, poca innovación. A Bianchi le tiran por la cabeza el DNI: es viejo, no se actualizó, se piensa que el fútbol no ha evolucionado, se le terminó la suerte. ¿Por qué tanta saña?
La pregunta me lleva a otra, que siempre me ha resultado intrigante y muy en el centro de las preocupaciones de este blog. ¿Por qué se odia a Riquelme?
La respuesta obvia es: porque los han sufrido. Si vamos a hablar de Bianchi y del Barcelona conviene mantenerlos separados. 
A Bianchi lo han sufrido los arqueros rivales, sus colegas del Reims Sainte-Anne y del Olympique de Marsella (o del Racing de París), los hinchas de San Lorenzo en los cruces con Velez, los equipos brasileros e internacionales que han perdido finales frente a él. Pero los que más lo han sufrido son los hinchas de River y sus satélites, por las derrotas en cruces directos - la última fue en el 2004, de visitantes en el Monumental, por la semifinal de la Copa Libertadores, el día del arañazo de Gallardo - y mucho más por sus éxitos en Boca. Y también lo ha sufrido el "periodismo intimista", que muere por notas exclusivas, primicias y chimentos en off, títulos de primera plana, escándalos y puteríos. Bianchi es ajeno a todo eso. Y para los medios argentinos un tipo así es un fastidio. Encima, le ha ido tan bien - gracias a la ayuda de la suerte o de Dios, no de su talento, dicen - que no necesita de ellos para conseguir empleo o para estar en el candelero. Y encima, y por esos éxitos, no se le puede caer mucho encima, porque son los resultados los que mandan, dicen.
Al Barcelona lo han sufrido todos y cada uno de sus rivales de liga española y de Europa y hasta algunos sudamericanos como Estudiantes de La Plata. Pero, por sobre todo, lo ha sufrido el Real Madrid, el transatlántico más importante del mundo que tiene la desgracia de tenerlo en la liga local, lo cual supone al menos cuatro, y a veces seis, y a veces ocho, enfrentamientos al año, con otras tantas derrotas, no tanto en el resultado final como en el trámite del partido y en lo conceptual. Es la humillación y no los goles lo que ha calado profundo en el corazón de Madrid. Porque no es sólo el Bernabeu. Es Cataluña versus Madrid. Son los republicanos versus Franco. Por eso la "afrenta" trascendía las razones futbolísticas. Ni siquiera han podido compensar tanto odio con la gloria y el oro que le hicieron ganar a España, con dos Eurocopas y un Mundial recientes. Porque, como los catalanes, primero son madrilistas y después son españoles (o, en todo caso, ser madrilista es ser español para esta gente).
Lo que emparenta a Bianchi con el Barcelona, y que explica la virulencia de las críticas, es que han sido los más exitosos de su tiempo. Son los derrotados los que se ponen la camiseta del Milan, del Sevilla, o del Toluca de México para festejar las derrotas de sus verdugos. Son ellos los que esperan agazapados un transpié para gritar airosos que "teníamos razón". Y, en el caso del Barcelona, a más de los madrilistas, están los derrotados conceptuales. Los que hubieran seguido hablando a regañadientes de la leyenda del Barcelona si ese derechazo cruzado de Messi a los dos minutos del primer tiempo ayer se transformaba en triunfo tempranero del blaugrana. Los que miran el fútbol exclusivamente a partir de lo que pasa en los arcos. Los que creen que el fútbol puede resumirse en triunfos y derrotas. 
Esos son los que han sufrido con este ciclo maravilloso del Barcelona, el mejor equipo que se haya visto en las últimas cinco décadas del futbol mundial. Porque además de hacer gozar a la gente sensible, ganaban. Y eso, no se perdona. Cuando pierdan, volverán a levantar las banderas de la objetividad del resultado y la eficacia de los planteos tácticos, preparados - claro está - con el diario del lunes. De los que, como decía Passarella, nunca pierden. Excepto contra el Barça y contra Bianchi.

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