sábado, 23 de febrero de 2013

Ni un minuto de silencio

Ha pasado un año desde la tragedia más grave en la historia del transporte público de la Argentina. Pero parece que algunos (y algunas) no registran la gravedad del suceso. Será porque nadie de los suyos murió en ese accidente (como les va a pasar si viajan en helicóptero!!!). Será porque tienen cola de paja, porque saben que son parcialmente responsables por haber financiado el sistema que condujo a esas muertes. Será porque buena parte de los implicados políticamente, de Schiavi a De Vido, de Jaime a los Cirigliano, han sido y son cajeros de este gobierno y de la familia que está en el poder desde hace una década (pero sigue echando culpas a administraciones anteriores... porque de lo malo ellos nunca son culpables).
En cualquier caso, eso no justifica la manera en que se ha frenado la causa judicial (hasta hoy no hay nadie en cana pero hay 52 muertos), la manera en que se han ignorado los actos recordatorios, y la manera en que los medios oficialistas y para-oficialistas han silenciado un acto como el de ayer, apolítico y apartidario, movilizado por el dolor y por la indignación, sin banderas, ni micros, ni choripanes, encabezado por el Premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y hasta alguna Madre de Plaza de Mayo sensible a que los muertos son los de nuestro lado y los victimarios son, aunque nos quieran hacer creer lo contrario, los del lado de los que siempre ganaron y ganan siempre.
Y aquí llegamos al fútbol: la negativa del tristemente célebre fútbol para todos y de la Asociación del Fútbol Argentino de Grondona a adherir al minuto de silencio por la memoria de las víctimas de Once, al igual que la negativa de los medios oficialistas y de hasta la bancada oficialista en el Congreso Nacional a hacer ese minuto de silencio, revela de manera inequívoca que son ellos los culpables, que tienen las manos manchadas con sangre, y que hay que decir y escribir esto ahora porque nunca sabemos si llegaremos a casa cuando nos subimos al Mitre o al Sarmiento (sabemos, eso sí, que viajaremos como vacas, que llegaremos siempre tarde, que nuestra vida no vale nada, que si aparecemos muertos el funcionario de turno dirá que es culpa nuestra por viajar amontonados en el vagón de adelante). Ya no les queda ni vergüenza.

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